Onomástica de nuestro Padre Fundador

Con motivo del 4 de octubre onomástica de nuestro Padre Fundador el venerable Padre Francisco Méndez Casariego, queremos recordar algunas características  de su vida. las personas que le conocieron  muy de cerca le recuerdan como un hombre:  Sereno, dulce y bondadoso.

Normalmente, el padre Méndez aparecía sereno, bondadoso y dulce. “La característica era precisamente la bondad”. “En la caridad puedo señalar, como característica especial, su dulzura”. En su exterior era muy bondadoso. Monseñor Eijo y Garay habla de “su aspecto recogido y serio, aunque sumamente afable y afectuoso” 

Como si su alma se reflejara en todo su continente. Admiraba a todos. “Yo –asegura un canónigo- todavía no he visto una persona que en su modo de mirar, de hablar, de moverse, etc., reflejase tanta paz, ecuanimidad y equilibrio”.

Así se presentaba siempre y recibía a todos con aquel “trato bondadoso, inalterable, que daba a cuantos se acercaban a él”. Hablaba a todos con sencillez encantadora. No sabía que era canónigo y sacerdote de la Corte ni Fundador. “Su trato –anota un médico- era muy agradable y el contacto con él muy fácil, sin duda por su llaneza”.

Nunca se presentaba como canónigo ni llevaba a la vista ningún distintivo que lo acreditase. No necesitaba darse tono ni autoridad con botones rojos a lo largo de toda la sotana ni otros adornos que coartan la libertad y la espontaneidad. Le bastaban la bondad y la dulzura para dominar, sin más, a los pobres golfos y para captarse las simpatías de todos los canónigos a los que suplía y guardaba las espaldas sin distinción de personas 95. Su obispo le retrataba así: “Por su talante manso y humilde, por su sencillez y afabilidad, no parecía –al tratar con él- que se trataba con un esforzado paladín de la fe y de la caridad que había llevado a cabo tan difíciles y admirables fundaciones. Parecía sólo un edificante y celoso sacerdote, modelo de vida humilde y escondida. Sólo sabiendo sus grandes empresas se podía comprender que se trataba de un santo”.

Fruto de su amor al prójimo era la ecuanimidad en sus juicios. Se dejaba llevar siempre por su bondad. En las adversidades y persecuciones, viniesen de donde viniesen, trataba de disculpar a todos. Especialmente se mostraba “extraordinariamente generoso para tratar a los sacerdotes y enjuiciarlos”. Decir bondadoso no es sinónimo de apático. La caridad había volcado la acidez del carácter del P. Méndez. Supo desarrollar una audacia incontenible en la fundación de las Trinitarias, sin caer en la temeridad, teniendo como norma la prudencia divina”.

Gobernó el Instituto con “gran bondad y firmeza”. Respecto de su obra social a favor de los golfos, “era una verdadera autoridad –dicen lo que aparecía en su gobierno, pero unida a una dulzura en la expresión, en las órdenes que daba, en el modo como trataba a los niños… Yo hablaba mucho con los recogidos y jamás oí una sola queja contra el gobierno”. Por difícil que parezca entrelazar a un tiempo la bondad y la energía, el P. Méndez supo aunarlas. Parecía mitad bondad y mitad energía, aunque en la superficie se viera más la bondad: “A la dulzura y a la comprensión –aseguran- unía una energía verdaderamente extraordinaria”. “Era muy enérgico en todas sus cosas y al mismo tiempo bondadoso y sencillo”. Por ejemplo, cuando corregía “lo hacía a solas con mucha energía y suavidad”.