Solemnidad de la Epifanía del Señor

 Son muchos los que discuten si hubo o no estrella que condujera a los Magos a Belén, y más bien se inclinan a pensar que es un género literario para atraer la atención sobre lo que realmente sucedió, que unos personajes extranjeros, venidos de muy lejos, y guiados, según ellos, por una luz, se presentaron en Belén para adorar al Hijo de Maria, a quien reconocieron como Mesías, Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo, el Salvador, y le ofrecieron oro, incienso y mirra. Independientemente del trasfondo histórico y del contenido revelador del pasaje evangélico, es evidente que aquello que para algunos era un fenómeno astronómico, para otros fue manifestación de la noticia más esperada, el nacimiento del Mesías.

Cada día nos encontramos en las mismas circunstancias que los Reyes Magos, porque cada día acontecen signos, señales, estrellas, luces que para unos son casualidad, fenomenología antropológica o cósmica, pero a otros les conceden ver en cada realidad una noticia trascendente, y viven en medio de los mismos acontecimientos que los demás, pero con la certeza de saberse acompañados por la presencia invisible del que ha prometido estar y venir con nosotros hasta el fin del mundo. El Evangelio señala que hay realidades ocultas a los sabios y entendidos, que en cambio se revelan a los sencillos.

Quizá por ello la fiesta de Reyes tiene tanta relación con los niños, porque de ellos y de los que se hacen como ellos es el Reino de los cielos. En general, nos conducimos excesivamente por los datos comprobables, por la objetividad de los hechos, y olvidamos que detrás de cada suceso, y sobre todo de cada persona, hay una presencia sagrada, un significado trascendente, una posibilidad iluminadora. Y no solo en aquellas cosas que brillan, o que son luminosas; para quienes se atreven a interpretar los signos desde la fe, también en la realidad más dura, en aquello que más nos cuesta asumir se esconde una providencia. Esta mirada creyente no significa falta de realismo, ni que la mente esté confusa, de tal forma que pueda parecer que se cae en iluminismo o en alucinación.

Con el realismo más pragmático, los que descubren el misterio que contiene cada noticia, cada acontecimiento, e incluso aquello que solo se percibe en el propio interior, gozan de una alegría especial, de un acompañamiento secreto, de una fuerza inimaginable, y los que no descubren más sentido que el material y externo se sorprenden de la capacidad que tienen algunas personas para estar entre los más pobres, en los sitios de mayor riesgo, en el silencio más solitario, en los desiertos de la vida.

Hoy podemos pedir a los Santos Reyes que nos den la capacidad de buscar, la sagacidad de descubrir la luz en lo más oscuro, al igual que se ven las estrellas en la noche, de percibir la discreta presencia de Dios en todo, la mano tendida de Quien no tuvo a menos hacerse como nosotros, del Espíritu Santo en lo más profundo del ser y obedecer a la señal.

Ángel Moreno de Buenafuente